En la actual región francesa del Mediodía se encontraba la mítica Occitania. En sus tierras, los cátaros fueron perseguidos por los reyes cristianos, exterminándolos sin piedad. Esa sangre vertida parece haberse convertido, con el paso del tiempo, en los excelentes vinos de Gaillac.
Preciosas campiñas, pueblos medievales, antiguos telares que recuerdan a la próspera industria del tinte con índigo, viñedos, arte, puentes milenarios, museos… La Occitania francesa tiene un gran número de atractivos para el viajero.
Te presento una buena ruta para probar un poco de todo.
Albi
Llegué a Albi un par de horas antes del atardecer, con el tiempo justo de cruzar el río Tarn y subir a los jardines del Palacio de la Berbie, desde donde disfruté de unas magníficas vistas de esa ciudad milenaria que, con gran razón y tino, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Aproveché el anochecer para dar un paseo tranquilo sobre el puente que lleva casi mil años sirviendo de paso a los viajeros. El Puente Viejo es una oda a la historia de Albi. Mil años… y más de mil son las obras que el gran Henri Toulouse Lautrec dejó en la ciudad que le vio nacer. A la mañana siguiente regresé al palacio de la Berbie para poder disfrutar de ellas.

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Admiré, maravillado, las muestras de talento del pequeño artista francés. Bocetos, cuadros de todo tipo y sus 30 carteles más famosos, casi todos referentes al Moulin Rouge.
Después, di una vuelta por las bonitas calles medievales del casco histórico de Albi y rodeé el perímetro de la catedral de ladrillo más grande del mundo, la de Santa Cecilia. Semejante macizo rojizo puede ser confundido fácilmente con una fortaleza.
Albi es una ciudad de aire medieval que invita a recorrerla con tranquilidad, pero tenía que partir hacia mi siguiente destino y nada me hacía pensar que este sí que iba a ser un profundo viaje en la trágica y bella historia de Occitania.
Cordes Sur Ciel
Lo primero que me atrajo de la pequeña población de Cordes Sur Ciel es que me obligaran a dejar el coche aparcado a las afueras de la ciudad vieja, que aparece encaramada a un montículo de roca. Sus calles, estrechas y mágicas, solo pueden ser recorridas a pie.
Antes de entrar en la máquina del tiempo, me giré para contemplar la campiña occitana. Granjas diseminadas, viñedos y un verde interrumpido por árboles otoñales. Aspiré el frío aire de la mañana y me despedí del siglo XXI para entrar en el XIII.
Cordes Sur Ciel tiene el honor de ser la primera bastida – ciudad fortificada – de Francia. El conde de Toulouse, Raimon VII, la construyó en 1222 para dar cobijo y protección a la multitud de familias de cátaros que huían, desperdigadas, de la persecución de los católicos.
En este marco incomparable, mi amigo Richard me explicó, por fin, quiénes eran los cátaros. Su creencia afirmaba que en el principio de los tiempos existieron dos dioses, uno bueno y otro malo. El dios bueno acabó imponiéndose al malo, pero este último, como última venganza, secuestró el alma de los seres humanos, quienes olvidaron para siempre cómo llegar al bien.
Para los cátaros, la única manera por la que los hombres pueden reencontrarse con el dios bueno es llevar una vida totalmente pura, abandonando cualquier tipo de posesión valiosa, sin concederse placeres corporales ni cometer ningún tipo de pecado.
Esto sentó realmente mal a los estamentos de la iglesia católica del momento, tan amiga de los privilegios y las riquezas. Por esta razón les persiguieron sin piedad.
Sin embargo, Cordes Sur Ciel, ubicada en un enclave estratégico para el comercio, prosperó económicamente gracias al comercio de lana, cueros, tejidos y la planta de pastel, utilizada como principal colorante azul para tejidos, hasta la llegada del añil y el índigo de Sudamérica.
Con el dinero de este comercio, se construyeron fastuosos palacios góticos que, hoy en día, aún puedes admirar mientras recorres las calles del pueblo. En él llegaron a vivir seis mil almas.
Algunas de las antiguas casas de Cordes Sur Ciel albergan ahora pequeñas tiendas de souvenirs, arte y productos gastronómicos. También íntimos hoteles y restaurantes en una atmósfera romántica que atrapó a personajes como el escritor Albert Camus y el padre de Jean Paul Belmondo.
Un tesoro occitano.
Montauban
Mi última parada en el viaje fue la capital del departamento de Tarn-et-Garonne.
Montauban tiene unos 60 000 habitantes y es conocida con el sobrenombre de la ciudad rosada por el color de las fachadas de los edificios que pueblan el centro histórico.
La recorrí a pie en una tarde, parando en los lugares de mayor interés. El museo Ingres muestra las obras del polifacético pintor Jean Auguste Dominique Ingres, la personalidad más importante nacida en Montauban. El museo, que se encuentra en un antiguo palacio episcopal, también alberga una colección de esculturas de Antoine Bourdelle, otro importante vecino de la ciudad del siglo XIX.
Los amantes del arte eclesiástico deben visitar la iglesia de St Jacques y la catedral de Notre-Dame de L’Assomption. El mejor lugar para rematar la tarde es la Place Nationale. Tómate algo en cualquiera de las mesas que pueblan sus terrazas. Antes era un punto de reunión de comerciantes y predicadores y se trata de una de las pocas plazas de Francia que conservan una doble arcada en sus cuatro lados.
Contemplé el atardecer cerca del Puente Viejo, símbolo de la ciudad desde el siglo XIV.
Fue el final perfecto a mi ruta por la antigua Occitania.
¿Dónde puedo cambiar dinero para mi viaje?
Para viajar por la Occitania francesa necesitarás euros. Global Exchange cuenta con casas de cambio de moneda en los principales aeropuertos de más de 20 países. Consulta las oficinas en tu país y viaja con tranquilidad, siempre con la moneda lista para pagar todo lo que necesites.
© Imágenes: Gabriel Villena, Cayetano y Eugenio.
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