Los lugares que me traen hoy hasta esta entrada bien podrían haber formado parte de los destinos para lectores viajeros sobre los que escribí hace solo unas semanas. Pero, entonces, aún no sabía que mis pasos me llevarían hasta el país que está ligado, inevitablemente, a una de las obras literarias más conocidas en el mundo entero (también llevada al cine): Drácula. Y este no es otro que Rumanía y, más en concreto, Transilvania, fuente de inspiración para esta novela, publicada en 1897 por el irlandés Bram Stoker.
Para mi hermana y para mí se ha convertido, sin darnos cuenta, en una tradición viajar juntas en Semana Santa y aunque este año este destino no entraba en nuestros planes (barajábamos opciones como la Ruta Licia, en Turquía, o Croacia), acabamos dejándonos llevar por las buenas recomendaciones de una amiga, ¡y viajamos hasta allí, aprovechando el tiempo al máximo! Así que en este post, he decidido llevaros hasta esa ruta que tanto hemos podido disfrutar.
Bucarest, punto de partida hacia Transilvania
Nuestro viaje empezó en Sofía (Bulgaria), donde vivimos ahora las dos, y desde donde es muy sencillo hacerlo, si no te importa darte una paliza de autobús. En la estación central de autobuses cogimos el que, después de siete horas (el tiempo estimado es de siete y media) y por un precio de 82 leva, ida y vuelta, (unos 41 euros), nos dejaría en la capital rumana: Bucarest. Este día solo dormiríamos en ella porque llegamos casi a las once de la noche. Y lo hicimos en el Friends Hostel.
Por la mañana, cogimos (o, mejor dicho, corrimos a coger) el tren que en menos de dos horas nos llevaría a Sinaia, nuestra primera parada, en la que podríamos detenernos unas horas.
Los principales atractivos de esta pequeña localidad de Transilvania, situada en el valle de Prahova, son sus castillos: el de Peles y el de Pelisor. Sin duda, la fama se la lleva el de Peles, construido en el siglo XIX por el rey Carol I y el primero en contar con electricidad en el mundo. Está considerado uno de los lugares más bellos del planeta y no es para menos porque su exterior bien podría ser el escenario de cualquier cuento con príncipes y princesas. El interior no puedo juzgarlo porque, en nuestro caso, nos recreamos demasiado en el Monasterio de Sinaia, que también merece una visita, y se nos fue la hora. Y, siendo sinceras, también porque quisimos comer pausadamente en un restaurante tradicional (nuestra elección entre comida y monumentos suele ser clara…).

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El centro, plagado de hoteles (fue la sensación generalizada en todo el viaje), se ve en nada por lo que antes de las 17 horas ya estábamos subidas en el tren que nos llevaría a Brasov.
Una ciudad medieval al más puro estilo hollywoodiense
Brasov, nuestra segunda parada y una de las ciudades más importantes de Transilvania, nos pareció totalmente distinta a lo que habíamos visto hasta ese momento. Con su Piata Sfatului -una plaza medieval salpicada de edificios de distintos colores- y un cartel con el nombre de la ciudad en la montaña que recuerda al existente en Hollywood, este destino bien merece pasar, al menos, un día en él.
Nosotras llegamos por la tarde y aún nos dio tiempo de recorrer sus calles viendo la Iglesia Negra (Black Church), famosa por contar con un órgano de 4000 tubos; la Iglesia de San Nicolás, con la primera escuela rumana justo al lado (no salgas del recinto y te vuelvas tarumba buscándola como nos pasó a nosotras); la calle estrecha, que recibe este nombre porque por ella, supuestamente, solo caben dos personas (a nosotras nos pareció que cabían más) o las increíbles vistas de la ciudad desde la Ciudadela.
Tras dormir allí, en el Rolling Stone Hostel, nos levantamos pronto para coger el autobús que, por 9 lei (unos 2 euros) nos llevaría en 45 minutos hasta Bran, donde nos habían dicho que estaba el conocido como Castillo de Drácula (la estación donde tendrás que coger el autobús es la Autogara 2, que está algo alejada del centro, pero a la que podrás llegar en el autobús 23 o en taxi por poco dinero).
Un Drácula, prácticamente, inexistente
Y entonces llegó la decepción. Porque después de pagar por entrar a este castillo (yo, que ya no soy joven ni estudiante, pagué 35 lei), lo que nos encontramos allí nada tiene que ver con el personaje literario hasta el final del recorrido (el castillo, sin embargo, relata la historia de la reina María de Rumanía, quien vivió allí). El personaje que pudo inspirar a Bram Stoker, Vlad Dracul (cuyo apellido significa diablo, en rumano antiguo) o Vlad Tepes, conocido como «el empalador» por la forma en que mataba a sus víctimas y quien estuvo en esta región en el siglo XV, ni siquiera vivió aquí (parece que sí que estuvo encerrado en sus celdas).
Con la decepción en el cuerpo, volvimos a Brasov, no sin antes atravesar todo un tumulto de puestos y atracciones turísticas que bien podrían dar vida a un parque de atracciones. De nuevo en la ciudad, cogimos el siguiente tren, con dirección a Sighisoara, nuestra próxima parada.
A Sighisoara llegamos justo el Sábado Santo por la noche por lo que tuvimos la suerte de disfrutar de una bonita tradición que se celebra, este día, en los países ortodoxos, como Rumanía. A las doce de la noche, todos los creyentes acuden a su iglesia (en este caso, a la iglesia ortodoxa de Sighisoara) para encender una vela y, con ella en la mano, dar tres vueltas a este lugar de culto entonando un cántico religioso. Antes, todos habían acudido al cementerio para encender una vela para sus familiares porque se dice que ese día las puertas del cielo y del infierno se abren y no se cierran hasta las doce. A nosotras nos pareció muy curioso ver a tanta gente congregada alrededor de este lugar.
La mañana siguiente la dedicamos a ver Sighisoara, un pueblecito con mucho encanto, aunque en él pudimos contar casi más hoteles, hostales y pensiones, prácticamente, que casas. Aun así, su Torre del Reloj, sus 172 escalones para llegar hasta la Iglesia de la Colina y sus calles empedradas merecen una visita. Por no hablar de la casa en la que nació Vlad Tepes en 1428, ahora reconvertida en restaurante y en la que se puede ver un cartel que lo recuerda, además de poder visitar su habitación por un módico precio de 5 lei (sobre 1 euro).
Ese día, sobre las 14 horas, ya volvimos a Bucarest. Nosotras regresamos porque teníamos que estar en Bulgaria el lunes, pero si estás viajando por los Balcanes, puedes continuar la ruta hacia, por ejemplo, Timisoara, y aprovechar para hacer algún trekking, dado que la zona se presta.
El lunes por la mañana nuestra idea era ver la capital del país (el autobús a Sofía salía a las 16.30 h de la Autogara Filaret), pero nos tocó un día lluvioso y no pudimos disfrutarla como nos hubiese gustado. Aun así, pudimos ver la Plaza de la Universidad (Piața Universității), el Palacio del Parlamento, que está entre los edificios más grande del mundo, junto al Taj Mahal y al Pentágono, paseamos chapoteando por Lipscani (el casco histórico) y vimos la estatua que allí tiene dedicada Vlad Tepes, justo delante del palacio que este mandó construir.
Y aunque este debía ser el broche a este viaje, a mí no me supo a tal. Sin duda, sé que volveré a este país para saborearlo todo con más calma y disfrutar de la multitud de paisajes escarpados y calles empedradas que nos quedaron por recorrer. Y puede que, entonces, sea capaz realmente de ponerme en la piel del conde Drácula.
¿Dónde puedo cambiar dinero para mi viaje?
Como ya he comentado antes, la moneda en curso en Rumanía es el leu rumano. Con Global Exchange, que cuenta con casas de cambio de moneda en los principales aeropuertos de más de 20 países, podrás hacerte con este. Consulta las oficinas en tu país y viaja con tranquilidad, siempre con la moneda lista para pagar todo lo que necesites.
© Imágenes: Miriam Gómez Blanes.
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