Que la costa búlgara, bañada por el Mar Negro, no aparece nunca en las listas de «playas a las que ir en Europa», es un hecho. Ahora que, después de este verano, en el que he tenido la suerte de disfrutar de unos días de vacaciones por ella, puedo afirmar que sí, seguro que hay playas por el continente europeo increíbles, pero estas no tienen nada que envidiarles a muchas de ellas.
Encontraréis playas para todos los gustos, con paisajes de ensueño y, encima, muchíiisimo más baratas que algunas de las «típicas» europeas. Y como me he propuesto convenceros, en este post quiero contaros cómo fue mi roadtrip de cinco días por la zona del Mar Negro en Bulgaria.
De la Bulgaria urbanita a los paisajes más asombrosos.
Salimos en coche de la capital, Sofía, hacia mediodía, directas hacia Ahtopol, sin ser muy conscientes de que lo que habíamos calculado que haríamos en unas 5 o 6 horas, se convertiría en un trayecto de unas 8 (sí, nos perdimos, ¿vale? Y como «castigo», hemos tenido cachondeo de nuestros conocidos búlgaros durante varias semanas, y lo que queda…).
Antes de llegar a Ahtopol, pasamos por Burgas, la segunda ciudad más grande de la costa búlgara, después de Varna, y la cuarta de todo el país. En esta ocasión, no paramos, pero yo había estado por allí unos días antes y, sinceramente, no me aportó mucho: una ciudad grande, con un gran paseo y mucho turismo. Lo único que me llevé de ella fue ver un maravilloso amanecer, con prácticamente nadie alrededor.
Después de nuestro periplo, llegamos a Ahtopol, bien entrada la noche y después de conducir por una zigzagueante carretera durante un buen rato. Allí, habíamos reservado alojamiento en el hotel ATM Ahtopol. De hecho, esta fue la única reserva que hicimos porque sabíamos que encontraríamos sitio con facilidad y si no, siempre tendríamos la opción de acampar (en Bulgaria es bastante fácil hacerlo, siempre y cuando no lo hagas en el terreno de alguien, que está feo meterse en casas ajenas…).
En Ahtopol, te encontrarás con un pequeño pueblecito pesquero, con bonitas barcas azules que lo decoran. Y aunque suele ser calificado de hippie, en verano esta zona es tan turística como cualquier destino de sol y playa que se precie.

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Rozando la frontera turca.
Gran parte del día siguiente lo pasamos en el que es, hasta ahora, nuestro destino favorito de la costa búlgara: Sinemorets. Y el encanto de este lugar reside, además de en que está justo en la frontera con Turquía, en que puedes ver el mar y el río en un mismo fotograma. Una imagen increíble y que os dejará, sin duda, boquiabiertos.
Tras disfrutar del tradicional plato de pescaditos fritos, intentamos visitar, sin éxito, el Parque Natural de Strandzha, que resultó ser un sitio imposible de visitar, por tratarse de naturaleza en estado puro (nos dijeron que solo es apto para hacer senderismo, nivel experto). De ahí, nos iríamos a Tsarevo, destino vacacional de la familia real búlgara en el pasado y que ahora tiene un centro moderno y atractivo. Esa noche también la pasaríamos en el mismo hotel de Ahtopol, pero esta vez sin haber reservado previamente (más económico, sin duda).
La Reserva Natural de Ropotamo fue nuestra segunda visita fallida a un paraje natural. ¿Por qué? Pues porque pasa lo mismo que con el Parque Natural de Strandzha, que no es apto para visitantes-turistas. Lo único que te encontrarás allí para ver es un río por el que pasearte en un barco durante media hora, que te costará 10 levs búlgaros, y desde el que verás lo mismo que desde la zona habilitada para tomar algo.
Después de nuestro segundo intento de exploradoras frustrado, nos dirigimos a Sozopol, que sabíamos que no nos iba a decepcionar. Y así fue. Porque pese a estar on fire de turismo en agosto, tiene un casco antiguo precioso y con unas casas de madera y un suelo adoquinado que le dan todo el encanto que tiene. Eso sí, si vas en coche como nosotras y quieres aparcar en el centro, tendrás que pagar por hacerlo.
Como teníamos claro que lo nuestro era dormir en pueblos menos turísticos que los habituales, decidimos ir a pasar la noche a Chernomorets, otro pequeño pueblo de la costa. Y tras dar muchas vueltas negociando precios, habitaciones, etc. conseguimos quedarnos en el que sería el mejor alojamiento de este viaje: el Paradise Chernomorets. Porque desde su piscina pudimos disfrutar de una perfecta noche de luna llena.
Nessebar y sus iglesias medievales.
La mañana siguiente la pasamos tiradas en la playa de Gradina, conocida por una zona de surferos con la que cuenta y a la que, muy a nuestro pesar, no conseguimos llegar. Y después de comer, nos fuimos a Nessebar, que sería la guinda de nuestro pastel playero. Si Sozopol tiene encanto por sus calles adoquinadas, Nessebar, para mi gusto, lo supera. Allí te tendrás que dejar deslumbrar por la multitud de iglesias medievales que la decoran y por su centro salpicado de pequeñas tiendas que parecen de antaño.
Tras visitar esta localidad, fuimos a buscar alojamiento a Pomorie (nos pareció una ciudad-dormitorio, de costa), donde conseguiríamos estar como en casa, pero con vistas al mar, en el Homestay Kostandinov.
El último día, ya en nuestro camino de vuelta y a unas dos horas de la costa, paramos en Zheravna, donde justamente se celebraba un festival de trajes tradicionales. El encanto de este pueblo de interior reside en que sigue conservando las costumbres que forman parte de la esencia de Bulgaria.
Por último, os voy a dar un consejo: alquilad un coche (si no conocéis a nadie que os lo pueda prestar, como nos pasó a nosotras) y perdeos por la costa búlgara en temporada baja. En nuestro caso, recorrimos la zona sur porque teníamos poco tiempo, pero con algunos días más se puede ver entera. Eso sí, siempre habiendo cambiado antes vuestra moneda por la de este país, el lev búlgaro, con Global Exchange.
© Imágenes: Miriam Gómez Blanes.
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